Thursday, January 28, 2010

Aún sé cómo se hace

Son

Catarsis vomitiva

Apreciación de la r-e-a-l-i-d-a-d, para esto quise tomar un curso donde me enseñaran a percibir de forma adecuada, a responder a estímulos y a tenerle miedo al mundo por precios razonables.

¡Ese hombre me está gritando que detenga lo que estoy haciendo!

Yo le dije a mi maestro que tener miedo era algo que no quería aprender, que lo sé hacer muy bien. Él contestó que temía por mi estabilidad psicológica.

El sexo lo define todo. Tú necesitas sexo para dejar de hablar de sexo.

Pero el maestro grita mucho y eso no me ayuda a no tener miedo.

¿Te gustaría dejar de fumar? Anda, dejémoslo juntos. Fumar es malo.

¡Yo nunca en mi vida he probado un cigarro, señor, deje de preguntarme cosas acerca de mi pasado, deje de hablarme de condicionamiento operante, de Skinner, de Watson, de Bandura, deje de gritar que no sé, deje de mirarme con esa acusación en los ojos, de darme a entender que soy un bueno para nada, que nunca aprenderé, que sólo existo para equivocarme y hacerle miserable la vida a los demás, que soy un enfermo, que el sexo define mi vida, que no tengo derecho a mirar hacia enfrente y que nunca lograré mis objetivos, deje señor de ignorarme, de mentirme, de jugar con mi cabeza y hacer que me vuelva un poquito más loco, deje de menospreciarme y de ocultarse detrás del pintarrón, diciendo que sabe mucho y que nadie jamás le pisará los talones!

Catarsis.

El miedo es una sensación aprendida (eso ya lo sé), es también necesario para sobrevivir y libera sustancias en el organismo que provocan reacciones cuando se estimula.

A cada estímulo efectivo le corresponde una reacción inmediata.

A cada sonrisa le correponde también una lágrima, ¿lo habías pensado?

No. En realidad sólo busco mi bienestar, y me gustaría patearte.

Te ofrezco la mejilla.

Dame ganas de no hacerlo, es lo que quiero.

Regálame un cigarro, anda.





Dolor y vida

Esa mujer no dejaba de morderse los labios, como esperando.

Él no retiraba la cabeza del agujero de la pared, ni incorporaba su cuerpo del frío del suelo.

Ella le dio un empujón que lo hizo todavía más miserable.

Él le miró satisfecho.

Ella volvió a arremeter.

Él se retorció cansado.

Ella se sentó a fumar sobre los recuerdos pesados de su falda caída.

Él le habló de flores y promesas y su aliento llenó el cuadro.

Ella sintió punzar su entrepierna.

Con palabras, él devoró los restos de su masa encefálica.

Ella se marchó sin aceptar lo que sentía.