Siete: El que no existe
Recargado en una pared de la mezcalera, allá en la calle sexta. Bebiendo Tecate roja y fumando delicados, uno tras otro.
Lo miraron y le sonrieron, porque sabían que detrás de lo triste que lo percibían, él era bastante feliz. Le sonrieron y lo invitaron a sentarse con ellos, le invitaron una cerveza y conversaron toda la noche sobre Jim Morrison. Después se perdieron en la noche y, eventualmente, olvidaron sus rostros. Otra noche de centro, nada más.
Ocho: La otra
Treinta y cinco pesos, wey, ¡treinta y cinco pesos por una media! Y luego no tienen tecate. El lugar está lleno, la gente es bien sangrona, los meseros ya nos chingaron como cuarenta pesos en cambio. Sinceramente, ¿te gusta eso? A mí no, la verdad, mejor vámonos.
Estos celos me hacen daño, me enloquecen. Jamás aprenderé a vivir sin ti. Lo peor es que muy tarde comprendí, sí, sí. Contigo tenía todo y lo perdí. Contigo tenía todo y lo perdí.
Me gusta porque hay colores. Me gusta porque no hay mucha gente, la cerveza es barata. Me gusta porque hay un tubo al fondo.
Y nos convecimos mútuamente, nos subimos al tubo, nos dimos vueltas con los viejitos animándonos. Eso sí me divierte, y me divierte caminar al bar siguiente, recargarme en las paredes azules, reírnos y decir estupideces. Amarnos cerdamente.
Nueve: 5:40 AM
Yo ya sabía que Martha no estaba, de hecho estaba pedo cuando me brinqué la reja y le grité a Brenda que se fuera a su casa, que yo la esperaba ahí.
No sé si me quedé dormido ni cuánto tiempo, sentado frente a la puerta en posición fetal, temblando y con la boca reseca.
Sólo Sirila estuvo conmigo, después Bety mandándome mensajes, ofreciendo llevarme café y una cobija. Entonces me di cuenta de lo aburrido de la vida de Sirila. La veía ir de un lado a otro, me veía ella, orinaba, comía de vez en cuando y se echaba.
A las nueve llamó Martha, me llevó a desayunar y después pude dormir.
La juerga tiene su precio, pues.